15 ago 2008
HisToRiA DeL GrAfFiTi eSpAñOl!
Muelle se impuso en el Madrid de los años ochenta sólo por su apodo convertido en rúbrica, una firma donde no había demasiados propósitos artísticos. La espiral terminada en punta de flecha que hacía de vector a la lectura bajo las letras, no era apropiadamente un dibujo, sino un recurso caligráfico bastante elemental. A la larga, no tuvo mucha fortuna en aquello de colocar su creación (en realidad su nombre), tener un galerista, probar con otros soportes. Soñaba Muelle con derechos de autor, con tener un buen local y mejores instrumentos para ensayar con sus colegas del grupo de rock donde tocaba; soñaba con poder hacer en una imprenta de verdad aquellas pegatinas que esmeradamente coloreaba a mano , y soñaba buscando incansablemente el muro limpio que se viera bien al pasar (como su última obra importante: la firma a seis colores en la M-30, ya borrada). Sus cálculos en las estaciones del metro le crearon enemigos, tanto entre el funcionario del metropolitano como entre los propios chicos del grafito, pues había quien iba detrás para emborronar la obra o algún imitador, que siempre detectaba. Lo que Muelle no previó jamás es que su firma se iba a quedar como parte de una geografía de la que se participa sin conciencia y con mucha prisa. La firma de Muelle se ve pero no se mira. Con algo de buena voluntad, algo habrá de conservar, que hoy, arrancar trozos de muro pintarrajeados y guardarlos, tras lo de Berlín, no resulta nada raro. El que tenga un Muelle que lo cuide. Ya no habrá más. Juan Carlos Argüello, Muelle, murió a los 29 años víctima de un cáncer. El profeta de los grafiteros castizos, que adornó el Madrid de la segunda mitad de los ochenta con su peculiar marca, alumbró a toda una pléyade de guerreros del aerosol que usaban los muros de la ciudad para expresar una actitud y una ética distintas a las convencionales. Ahora, después de miles de pintadas, la herencia mural de Muelle es escasa. Pero el concejal de cultura está dispuesto a exhibir alguna de sus obras si recibe solicitudes para ello. Sería un homenaje póstumo al artista callejero que dió bastante trabajo a otro servicio municipal, el de Limpiezas. Un empleado de ese departamento se refería al artista callejero como "ése que puso de moda el guarrear la ciudad". Muelle había dejado de actuar en 1993,al considerar que su "mensaje" estaba ya "agotado". Casi todas sus huellas y las de sus epígonos han sido borradas por bayetas municipales, y sus retoños pintan garabatos inspirados en las nuevas culturas de baile.
Muelle se hizo, literalmente, un nombre en las calles del Madrid de la movida. A partir de 1984 difundió su mote (que arrancaba desde la escuela, por haberse hecho una bicicleta con un muelle gigante de amortiguador) por el perfil estético de la ciudad, a través de miles de pintadas. Primero en el barrio de Campamento, donde vivía. Después por toda la Villa y Corte, e incluso por toda España. Casi siempre con nocturnidad. Al principio sus obras eran meras firmas. Posteriormente empezó a sombrearlas con colores o con dimensiones de profundidad, que le aproximaban a la estética del grafito neoyorquino. Los años de práctica también le proporcionaron unos sólidos principios éticos. Muelle fue seleccionando sus lienzos, concentrándose en superficies muy visibles, tapias de solares o vallas publicitarias(por las que sentía predilección, ya que consideraba su "mensaje" como un antídoto contra el bombardeo de imágenes que nos invade). Evitaba lugares de interés cultural o natural. Le preocupaba, incluso, el hecho de que los aerosoles que usaba se cargaran la capa de ozono. Lo suyo, como él mismo decía, era una historia carismática, democracia cultural en movimiento, corte de mangas al sistema. Voluntad de expresión de un chaval de barrio con ganas de dejar impronta, tanto plástica como sonora (aporrear los parches de su batería era su otra pasión). No admitía bromas al respecto: en diciembre de 1985 Muelle registró su logotipo en la propiedad industrial, y nunca permitió que su nombre quedara ligado a marca o establecimiento alguno. El dinero para el maletín repleto de rotuladores y aerosoles salía de su bolsillo. Incluso llegó a poner pleitos a un par de agencias de publicidad, acusándolas de haber plagiado parte de su logo. Hasta llegó a denunciar, en junio de 1988,al mismísimo ayuntamiento de Madrid, con ocasión de una ilustración en la revista Villa de Madrid que reproducía su marca. Y es que con el consistorio no parecía llevarse bien. En 1987 fue sorprendido mientras plasmaba su rúbrica sobre el pedestal de la estatua al oso y el madroño, pocas horas después del emplazamiento definitivo de ella en la entonces recién remodelada Plaza del Sol. Multado con 2500 pesetas, Muelle defendió ardorosamente, como un moderno Veronés la validez de su arte callejero ante los tribunales. La repercusión de su hazaña le valió para salir en los periódicos, en una de las pocas veces en que relajó su reacia actitud hacia los medios de comunicación. Un año más tarde, cuando operarios municipales limpiaban la estatua de la Cibeles, todas las cubiertas del andamiaje que rodeaba la estatua aparecieron firmadas por él.
Su actividad transcurrió al margen de las instituciones. Pero éstas son las únicas que pueden preservar lo que queda de su obra (después de haber destruido la mayoría), como el enorme logo en rojo que saluda a la Red de San Luis, varios metros por encima de la acera, a la altura del número 32 de la calle de la Montera. Es una de las pocas pintadas de Muelle que aún existen en la ciudad. El concejal de cultura deja abierta la puerta a la conservación de alguna pieza. Pero no es el único protagonista. Muelle también viajó con su arte fuera de Madrid y allá por donde anduvo no se recató en dejar huella. La huella del aerosol.
En Madrid, la mole del depósito de agua que se alza siniestro y gris a la altura de Plaza de Castilla sigue intacto. Todavía no ha sucumbido a los sprays de Muelle. Pero la osadía de algunos seres alcanza cotas insospechadas y cualquier día los madrileños madrugadores pasarán ante la estructura de hormigón y pensarán que aún no se han despertado. Porque un día cualquiera del invierno que se avecina descubrirán en ese portento de la fealdad ingenieril un toque de color, una "M" realizada con un "looping" y una rúbrica en forma de tirabuzón terminado en una flecha. Ese día se habría cumplido el que según afirman es el sueño de Muelle. Arrepentido de anteriores y lacónicas manifestaciones a la prensa, celoso de su propia imagen hasta el punto de desear ser un nuevo caballero inexistente, como el de Italo Calvino, Muelle no quiere que su presencia salga del plano en que se manifiesta su firma, sobre las tres dimensiones de los seres humanos y se personalice. Los recortes de prensa, la policía, los juzgados y el ministerio de Industria, donde ha quedado registrado el nombre para evitar posibles pirateos comerciales, aseguran que tras esa firma colorida y omnipresente se esconde un tal Juan Carlos Argüello, residente en el barrio madrileño de Campamento. Pero Muelle quiere seguir siendo el caballero inexistente; ha cambiado la armadura por una chupa de colores, el alazán por una Vespino petardeante y ya no es un hidalgo "de adarga en astillero" sino de spray en mano.
De niño empezó a ser conocido por los chicos del barrio como Muelle el día en que, según cuenta la leyenda, completó una bicicleta completamente destartalada con un inmenso muelle recogido no se sabe en qué oscuro vertedero. Ahora empieza a ser tan emblemático en Madrid como el oso y el madroño. Precisamente, una pintada en el pedestal de este monumento provocó el descubrimiento de que tras aquella firma fantasma había una persona concreta. Fue un desafío para Muelle, un cebo para que el sereno de la zona se le echara encima y avisara con su walkitalkie a sus compañeros: "trincado al Muelle". Siete de ellos acudieron para ver al que hasta entonces no había sido más que una sombra fugaz que dejaba a su paso una estela de color; haciendo caso omiso de unas calles que a esa hora están plagadas de prostitutas y borrachos que salen de algunos de los templos de la posmodernidad, navajeros y yonkis sosegados ,los serenos rodearon a Muelle; estaban entonces, según testigos presenciales, como si en una operacióm milimétricamente planeada hubieran capturado al enemigo público número uno. Este no fue el único encuentro con los guardianes de la ley. Su primera detención se había producido cuando un guarda jurado lo pescó estampando su firma en un cartel publicitario del metro. El juez le puso una multa de 2500 pesetas, una primera multa a la que se fueron sucediendo otras hasta las 12000 pesetas, canjeables por dos días de cárcel, que pagó el mes pasado. En otra ocasión, una noche, se hallaba realizando una pintada en la zona de Embajadores. Notó-cuenta un amigo indiscreto-que había sido controlado por un Nissan de la policía. Saltó a la moto y, callejeando, intentó una huída desesperada. Desembocó en una avenida y...¡Maldición: un semáforo en rojo! Su respeto por las normas de circulación lo puso en manos de la poli. -¿Eres tú el que estabas haciendo la pintada? -¿Qué pintada? -¡Hombre, un listillo! -Sí, era yo. -¿Tú eres el Muelle? -Sí,¿por qué? -¿Te importaría firmarnos un autógrafo? Con su popularidad han crecido los amigos apócrifos y, cuentan, él se divierte tirando de la lengua a la gente que inventa leyendas ,inexistentes amistades y supuestas correrías nocturnas spray en mano. No ha faltado quien atribuyó las pintadas a una agresiva e imaginativa campaña publicitaria orquestada por una multinacional; quien aseguró que obedecían a las herméticas maniobras de infiltración de una secta, quien aducía saber de buena tinta que en realidad se trataba del lanzamiento de un nuevo colchón de muelles indeformables. Lo cierto es que una conocida fábrica de colchones llegó a ofrecer cinco millones de pesetas por la marca, oferta que fue rechazada por el grafitero para estupefacción de su madre y orgullo de sus seguidores. No siempre que Muelle se ha visto envuelto en asuntos judiciales ha sido en calidad de denunciado. Según afirma un incondicional de Muelle, un concejal de distrito pone auténtica saña en el borrado de las rúbricas, llegando los servicios de limpieza enviados por él a respetar otras pintadas realizadas junto a las mismas. En otras ocasiones, los "limpias" del ayuntamiento pasan de todo y respetan sus pintadas. Paradójicamente, nuestro héroe ha llegado a denunciar el uso indebido de su marca en la revista Villa de Madrid, editada por el ayuntamiento. También denunció el plagio de su rúbrica en el lanzamiento publicitario de un coche, pero para alguien que se gasta su escaso presupuesto en rotuladores y sprays resulta oneroso interponer una demanda penal. El ayuntamiento de Parla llegó a pedirle que impartiera un cursillo de pintadas a los chicos de la localidad para que aprendieran a canalizar sus ímpetus pictóricos sin destrozar el entorno. Y es que Muelle, después de casi una década de aprendizaje práctico, está orgulloso de su respeto ciudadano: sólo pinta en aquellos lugares baldíos, paredes abandonadas, tristes vallas de obras, en los que su impronta no daña monumentos o da un toque decorativo al paisaje urbano. En su casa, además de haber desesperado a su madre por el furor con que decora las paredes, realiza los bocetos y pruebas de color que tiznarán la ciudad; es lógico: una pintada polícroma puede llegar a costarle 5000 pesetas (hablamos de los tiempos de los Novelty y de los "Duplix", ojo, la gente de la vieja escuela sabe lo que costaban esos botes en aquella época). A sus veinticinco años se ha convertido en un famoso desconocido; su casa se llena de niños de los rincones más variados de Madrid que le piden una rúbrica en la camiseta o que convierta sus nombres en un graffiti. Deseoso de mantenerse en el anonimato y, a la vez, comunicarse, ha abierto un apartado de correos, el #####, al que mandan caricaturas, firmas con logos, y cartas de amas de casa, niños y profesores. Cuentan que se siente feliz con lo que él llama su "carisma" y sólo le preocupa que puedan confundirlo con uno de esos "niñatos" que pintan en cualquier superficie.
Los llamados flecheros madrileños reperesentan a un colectivo de jóvenes graffiteros madrileños de la época de los 80 que desarrollaron un estilo de graffiti autóctono, desligado por completo del original movimiento de graffiti neoyorkino tal y como hoy lo conocemos.
El término flecheros viene de la inclusión de flechas en sus firmas. Estos tags surgen de forma espontánea y natural, sin referencia alguna al graffiti importado desde los EEUU, siendo el pionero en nuestro país Muelle a principios de los 80 y seguido por otra serie de escritores símbolos de una época como Rafita, Max 501, Blek "La Rata", Glub, Remebe, Tifón, Josesa Punk... Con una filosofía de graffiti definida, en parámetros generales, por un respeto a los monumentos y lugares artísticos y por el emplazamiento arriesgado de sus pintadas, generalmente en céntricas calles o autopistas. Se caracterizaban, además, por el hecho de engordar su firma añadiéndole bordes, brillos y sombras para hacerla destacar. Ésto le confería un estilo específico y una gran personalidad a la insignia de cada uno.
Un dato importante a destacar es, como ya se ha dicho, la desvinculación de estos graffiteros con el graffiti proveniente de EEUU (el cual ya llegó a Europa dentro del paquete Hip Hop). Nos encontrábamos así con que muchos de estos graffiteros eras heavies, rockeros o símplemente no pertenecían a ninguna tribu urbana, en contra de lo que pasaría en la llegada de la segunda oleada de graffiteros a principio de los 90, donde este movimiento estaba más ligado al rap y en general al movimiento Hip Hop.
Este documento fue sacado de:http://www.valladolidwebmusical.org/